El crédito internacional: ¿maldición o beneficio?

En el camino de Argentina para generar crecimiento genuino se van cruzando otras variables. Una, y la principal, la situación crediticia internacional. En este artículo, José Maximiliano Marcantoni explica por que hoy es imprescindible resolver el déficit fiscal.

Del déficit fiscal a la resolución de la ecuación que significa hoy la economía. Por José Marcantoni.

Hubo tiempos en que casi todos seguíamos con frecuencia obsesiva el nivel de deuda externa. Sobre todo en la década de los 90. Por aquel entonces los altos niveles de deuda fueron provocando una mirada cada vez más exigente de los organismos multilaterales de crédito sobre el país, demandando más ajuste y peores condiciones socio-económicas, con un desenlace indeseable. Las reglas del prestamista -el FMI (Fondo Monetario Internacional o International Monetary Fund, en inglés)- fueron endureciéndose cada vez más, exigiendo menor gasto público y profundización de las reformas laborales, tributarias y previsionales.

Actualmente muchos se preguntan en cuanto a la conveniencia de tomar deuda en el exterior del país y otros se asustan al escuchar acerca de que se el gobierno tomó un préstamo.

Para traer claridad al tema, es importante mencionar que se puede tomar deuda externa de diversos modos. Por mencionar algunos de los más utilizados: emisión de bonos en el mercado local o en el exterior que luego son comprados por inversores extranjeros, créditos con organismos como el Banco Mundial, FMI o el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), créditos tomados por empresas filiales locales de empresas multinacionales con sus casas matrices en el exterior (en Brasil un ejemplo de esto es Petrobras, empresa petrolera estatal brasileña que durante los 80 fue utilizada por el gobierno de Brasil como medio para tomar importantes créditos en dólares en el exterior y de esa forma regular el tipo de cambio nominal cruzeiro-dólar), deuda de cualquiera de los estamentos de gobierno (nacional, provincial o municipal) con gobiernos, bancos o proveedores del exterior.

Ahora bien, tener los mercados de crédito abiertos es un beneficio en Argentina siempre y cuando se cumpla una condición: que la deuda que se tome se pueda repagar al menos en el mediano plazo con los beneficios que esa mismo crédito generará vía crecimiento del PBI y en el caso de deuda externa, incremento de balanza comercial que permitan afrontar los pagos de capital e intereses que deberán realizarse en moneda extranjera. Desde luego, esto es sólo la arista económica del asunto ya que hay beneficios sociales que no siempre pueden medirse en el corto plazo en términos económicos, aunque desde mi visión, el desarrollo social siempre impacta en el largo plazo en el desarrollo económico.

El crédito externo, utilizado eficientemente, permite entre otras cosas financiar obras de infraestructura, proyectos en post del crecimiento y también re direccionar esos créditos externos hacia el sector privado para generar de ese modo aumento del nivel de actividad. Por el contrario, el peor crédito posible es el que se toma para saldar deuda anterior, siendo casi siempre los créditos más recientes de mayor tasa que los anteriores, lo que genera un crecimiento de deuda al estilo “bola de nieve” ya que crecen tanto capital como intereses, y estos últimos a un ritmo (tasa) cada vez más alto.

Por el contrario, la política de “vivir con lo nuestro” y “no pedir prestado a nadie” acarrea grandes perjuicios ya que cualquier desequilibrio macroeconómico no podrá ser subsanado con ayuda crediticia externa. Ahí radica la debilidad de este modelo, en que justamente si el propio sistema económico nacional no pudo solventar esos desequilibrios y  el acceso al crédito del exterior está cerrado, las alternativas posibles serían el colapso presente o posponer (y en muchos casos aumentar) los desequilibrios hacia el futuro.

Este año Argentina preside las asambleas del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), institución que cuadruplicó su asistencia crediticia a nuestro país desde 2015 hasta ahora. También Argentina detenta importante rol en el G20, siendo país anfitrión, lo cual permite reinserción en el mundo y otra mirada –más optimista- de los inversores al momento de decidir sus inversiones en el país. Sumado a ello, todos los estamentos de gobierno de distintas localizaciones fueron tomando préstamos en el exterior –en su mayoría mediante colocación de bonos en dólares- desde la asunción del actual presidente a la fecha.

Esto ha permitido incrementar el nivel de reservas ostensiblemente, ya que actualmente están alrededor de 61.000 millones de dólares. También parte del crédito externo se direccionó a obras de infraestructura que son imprescindibles si lo que se pretende es crecer en el futuro. Sin embargo la mayor parte de la asistencia crediticia fue utilizada para cubrir el déficit de balanza de pagos con el exterior (salen más dólares por importaciones y otros conceptos de los que ingresan por exportaciones), fuga de capitales por compras locales de dólares y los ya abultados déficits fiscal y cuasifiscal.

Al 20 de junio de 2017 –último dato oficial disponible- la deuda externa total ascendía a 307.295 millones de dólares norteamericanos, equivalentes a un asombroso 56% del PBI. Consultoras privadas estiman una cifra a Diciembre cercana a los 342.000 millones de dólares. La deuda sube, aunque la opinión general de la mayoría de analistas es que todavía es sostenible. El problema de base es sobre todo el déficit fiscal, que es actualmente la fuente del hambre gubernamental por tomar deuda externa.

A modo de conclusión, aún tenemos una buena ventana de oportunidad con el crédito externo abierto para hacer lo que tenemos que hacer como país, generar crecimiento genuino y “dar vuelta” la balanza de pagos. Uno de los grandes logros de este gobierno fue salir del default, abrir los mercados externos y eliminar el cepo cambiario. Que esto se sostenga en forma sustentable en el tiempo es el desafío a superar.

A pesar de esos logros, es imprescindible resolver el “mal de todos los males”: el déficit fiscal. La resolución de la ecuación económica del país radica en el despeje de esa sola variable.

Aún estamos a tiempo de resolverlo.  

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